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El campesino y el poema: Saúl Raúl Ricardo Guzmán

Por Luciano Moroni

Dicen que un poeta no es un escritor así sin más, el poeta es otra cosa. Mientras que el escritor se sirve de la tinta para decir algo, el poeta plasma lo que en su alma acontece con la tinta de su corazón. Para él las técnicas y los métodos suelen quedar de lado. Ser poeta no es algo que se aprende y se perfecciona, es algo con lo que ya se nace. El poeta convierte un simple trozo de papel en un mundo, en un mar de sentimientos, transforma lo abstracto en algo material. El poeta es un puente entre el alma y sus escritos.

Con ojos sinceros, respuestas pícaras en sus bolsillos y esa tranquilidad que lo envuelve, Saúl Raúl Ricardo Guzmán, oriundo de Salsacate, desde hace mucho tiempo retrata con su poesía las cosas bellas y feas, tristes y alegres que suceden en estas tierras. Poeta oculto para muchos, es como una joya escondida entre los ríos y los cerros de Pocho.

De pequeño, Saúl Ricardo gustaba de vivir en el mundo de la doma, los payadores, los caballos y las mulas. Los hermanos Farriol, grandes campeones de Baradero y Jesús María, o el consagrado don Diego Crespo, oriundo de Villa de Soto, eran los portadores de la gloria por aquellas épocas. Sin embargo, para ese niño de 7 años, el principal interés no pasaba por la monta ni los grandes domadores, sino que pasaba por el costado de la payada y los versos que acompañaban a la guitarra. Allí comienza su gusto por la escritura y las rimas.

Ya de más grande, por las tardes, Saúl Ricardo y sus amigos acostumbraban a encerrar dentro del corral vacas, caballos y hasta cabras para practicar la doma. Entre golpes, marcas, caídas y “ganancias” en el cuerpo, comenzaron a aparecer las primeras rimas y versos. Ese adolecente que tiraba sus coplas, quizás sin darse cuenta, estaba abriendo una puerta por la que unos pocos pueden pasar.  Quizás sin saberlo, el poeta ya había nacido.

Allá por el año 69', ya en el servicio militar, entre la disciplina, el fusil y los fríos de la Patagonia, Saúl Ricardo genera una amistad con un joven al que también le gustaba la escritura. Hermanados por las letras y las rimas, Saúl Ricardo comparte con aquel soldado el don de la creatividad y es así como termina de forjar su talento.

 

Rimas abandonadas

Su inspiración proviene de todos lados, los bellos paisajes, las amistades, las madres, las abuelas madres, los que llegan, los que se van, las catástrofes o los amores de la vida. Todo lo que siente y percibe queda en un papel. Allí suele andar con una libretita y un lápiz en el bolsillo de su camisa, recorriendo los campos hasta que la luz aparece y se hace poema.

Otras tantas veces, a falta de papel, su memoria hace de cuaderno hasta llegar a casa y poder plasmar sus versos por escrito. Tampoco faltan las ocasiones en que la inspiración aparece entre los sueños, durmiendo, y no queda otro remedio más que levantarse y escribirlos.

Saúl Ricardo tiene una particularidad, y es que lo que escribe no lo guarda, lo regala o lo abandona en el piso. De allí que muchas de las cosas que ha escrito andan volando entre Algarrobos, Palmas y Espinillos, y solo él sabe lo que dijo.

Cosechado entre las cenizas

Un hecho muy importante en su vida sucedió durante el gran incendio del 2002, una época en la que aún no existía el Cuerpo de Bomberos y los campesinos, a fuerza de trapos palos y machetes, debían salir a combatir el fuego. Las llamas habían devorado prácticamente todo el campo en el que él trabajaba.

Agotado, sin agua, ni nada más que hacer por los animales y las viviendas, se sentó en una lomada a ver impotente como doña Ariza luchaba por escapar mientras las cenizas dominaban el verde. Desde allí, triste, Saúl Ricardo sacó de su bolsillo sus únicas dos compañías: una libreta y una lapicera, y comenzó a escribir sin rumbos, narrando el dolor que lo atravesaba en medio de aquel infierno. Como era su particularidad, una vez que dejó de escribir, el papel se hizo bollo y quedó entre los pocos restos de malezas.

A los pocos días, don Gino Senesi, el dueño del campo, se presenta ante Saúl Ricardo. De la nada el patrón le pregunta: “¿Quién escribió esto?”, mostrando una cosa sin forma, oscura y media quemada. Saúl Ricardo la agarra, la desenvuelve y ve que son sus rimas escritas en medio de aquel incendio: “El campesino y el fuego”.

Don Senesi muy sorprendido, no comprende por qué había desechado ese escrito tan lindo y profundo, y allí Saúl Ricardo le comenta sobre su costumbre de crear rimas y luego tirarlas. El capataz sin entender, le dice que de ninguna manera dejará el poema en el anonimato y se lo lleva consigo a Villa Dolores. A la semana, “El Campesino y el Fuego” aparecía publicado en el Diario Democracia. Las vueltas de la vida...

 

Rescatando lo nuestro

Gracias a este hecho, algunas de sus rimas comenzaron a conservarse, fueron solicitadas por amigos, leídas en Iglesias y hasta publicadas en diferentes libros y compilaciones españolas. Con el tiempo Saúl Ricardo forjó una gran amistad con Rafael Mario Altamirano, más conocido como “Ninalquín”, un gran poeta Dolorense batallador de la cultura y reconocido en todo el mundo por sus rimas. Entre charlas, mates y correos postales, ambos alimentan con poesías estas tierras.

Saúl Ricardo es un claro ejemplo de las interesantes historias de vida que existen en Pocho y el resto de nuestro Noroeste Cordobés, historias que merecen ser rescatadas. Grandes músicos, deportistas, pintores, educadores, médicos o vecinos que están cotidianamente entre nosotros, demuestran que Salsacate, como así también ese enorme territorio que lo rodea, ha sido bendecido por su naturaleza y también por la calidad de su gente.  

 

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